A menos de 2 meses de concluir su administración, Enrique Alfaro refrenda su odio al trabajo de periodistas y confirma, por enésima ocasión, que sólo aquellos que reciben sus órdenes, son los “buenos”. Alfaro pasará a la historia como un gobernador intolerante a la crítica y que sólo aceptó aplausos. Durante su administración, convirtió cualquier cuestionamiento en un enfrentamiento. El caso más reciente con Mural es sólo un ejemplo de su obsesión por los elogios y su rechazo a la rendición de cuentas claras, que no sean “a modo”. ¿Será que esa actitud de Alfaro fue lo que lo dejó fuera de la contienda por la candidatura por la presidencia de México? ¿Se puede imaginar usted un presidente con ese nivel de arrogancia y despotismo?